Cuando llegan a recogerme soy el último en montar en la furgoneta. Somos doce. Un peruano erudito me pilla por banda y me va contando un montón de cosas históricas que yo desconocía, no os alarméis: erudito pero gracioso, que es compatible. Dos mejicanos de 20 años con una edad del pavo latente enseguida se dan cuenta que yo me manejo bien con los de su edad. Una argentina alocada e hiperactiva completa el plantel para hacer banda. Ha estado padrísimo.
Hace muchos años hubo una gran guerra en la que brasileños y argentinos querían quedarse con Paraguay, no lo consiguieron y ahora los paraguayos se lo devuelven con su “caos”. No acatan las rigideces normativas de Mercosur, hacen competencia desleal a sus vecinos porque son unos chanchulleros que venden de todo sin ningún control, hablan guaraní para que nadie los entienda y van a su puta bola. Una argentina de más o menos 35 años le preguntó a un vendedor por una campera (cazadora) y el vendedor le dijo que esa campera era para adolescentes, y que “vos sos vieja”. La argentina sólo alcanzó a decir, mirándome a mí: “escuchaste lo que dijo?”, se quedó recallada, y eso, para un argentino, es algo inaudito.
Ciudad del Este es una ciudad dedicada exclusivamente a vender de todo a los países vecinos, y ese “todo” incluye también tráfico de órganos, muy famoso en el país y que todos tus acompañantes te recuerdan cuando pones un pie en las calles paraguayas. Aunque somos cinco, malo sea. La verdad es que yo recuerdo que en la plaza de San Martín los paraguayos increparon a un idiota que nos tiró con una botella, y que los vendedores no son tan “terribles” como dicen los argentinos… será que no conocen Dakar. En ningún momento te sientes amenazado ni incómodo en las calles paraguayas. Todo es muy barato, pero reconozco que es mi asignatura pendiente como viajero: no sé comprar.
Nos metemos en el minibus con los mejicanos pidiendo karaoke, que ellos cantan Luis Miguel pero antes tengo que cantar yo flamenco, sale al quite la argentina loca y se lanza con Pimpinela y todos la seguimos. Patético. Pero divertido.
Llegas a Puerto Iguazu y te vas a cenar con la pandi de la excursión para demorar cuanto más tu regreso a la coqueta, pero gélida, cabaña. Aunque tampoco está mal tomarse un mojito en recepción oyendo las espeluznantes historias de los huéspedes: cómo sobrevivir una noche en una cabaña en mitad del bosque con una ola de frío polar y con una humedad del 98%. Educativo sí es.
Mola, traéme un bicho de esos pero cortale las uñas y pregunta que come que luego se me muere, como le paso al arce que me trajiste de Canadá.
ResponderEliminarYo me pido otro coatí. Y no digo más que tengo que contradecir eso de que los argentinos hablamos mucho.
ResponderEliminarParaguay va sin diéresis...
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