domingo, 18 de julio de 2010

16. Iguaçu (Brasil) y Paragüay

En Bs As -6º y en Iguazú ha sido el día más frío de la década, lo acaban de decir por la radio . En las cabañas, acogedoras con temperatura normal, tenemos que dormir con el chandal puesto porque en la zona no existe la palabra “calefacción”. Lo positivo: estás en la selva y no hay mosquitos, ni uno. La recepción está a la intemperie, bajo techo pero sin paredes, la cocina y el comedor (que sólo utilizo para desayunar) también. Son las 6 de la mañana…no pasa ná, cuando disfrutas te vuelves inmune, y lo único que me preocupa son mis compañeros de viaje, me aterra repetir lo de Montevideo.

Cuando llegan a recogerme soy el último en montar en la furgoneta. Somos doce. Un peruano erudito me pilla por banda y me va contando un montón de cosas históricas que yo desconocía, no os alarméis: erudito pero gracioso, que es compatible. Dos mejicanos de 20 años con una edad del pavo latente enseguida se dan cuenta que yo me manejo bien con los de su edad. Una argentina alocada e hiperactiva completa el plantel para hacer banda. Ha estado padrísimo.

Pasamos la primera frontera y nos metemos en el Parque Nacional do Iguaçu, en Brasil. Aquí no hay tren que recorra el parque, pero tienen un ascensor que te encarama a un mirador espectacular, y unos animalitos muy simpáticos con unas garras inquietantes que corretean entre los turistas: los coatíes. Lo de ayer te pareció tan irrepetible que para lo de hoy no te quedan palabras. No es mejor ni peor ni distinto, es mucho más de lo mismo: flipante. Empapados, porque llueve y porque la argentina nos has hecho meternos por un sendero al lado de uno de los chorros, volvemos al bus camino de Paraguay.

Hace muchos años hubo una gran guerra en la que brasileños y argentinos querían quedarse con Paraguay, no lo consiguieron y ahora los paraguayos se lo devuelven con su “caos”. No acatan las rigideces normativas de Mercosur, hacen competencia desleal a sus vecinos porque son unos chanchulleros que venden de todo sin ningún control, hablan guaraní para que nadie los entienda y van a su puta bola. Una argentina de más o menos 35 años le preguntó a un vendedor por una campera (cazadora) y el vendedor le dijo que esa campera era para adolescentes, y que “vos sos vieja”. La argentina sólo alcanzó a decir, mirándome a mí: “escuchaste lo que dijo?”, se quedó recallada, y eso, para un argentino, es algo inaudito.
Ciudad del Este es una ciudad dedicada exclusivamente a vender de todo a los países vecinos, y ese “todo” incluye también tráfico de órganos, muy famoso en el país y que todos tus acompañantes te recuerdan cuando pones un pie en las calles paraguayas. Aunque somos cinco, malo sea. La verdad es que yo recuerdo que en la plaza de San Martín los paraguayos increparon a un idiota que nos tiró con una botella, y que los vendedores no son tan “terribles” como dicen los argentinos… será que no conocen Dakar. En ningún momento te sientes amenazado ni incómodo en las calles paraguayas. Todo es muy barato, pero reconozco que es mi asignatura pendiente como viajero: no sé comprar. 

Nos metemos en el minibus con los mejicanos pidiendo karaoke, que ellos cantan Luis Miguel pero antes tengo que cantar yo flamenco, sale al quite la argentina loca y se lanza con Pimpinela y todos la seguimos. Patético. Pero divertido.

Llegamos a Itaipú, que como ya conoces alguna palabra en guaraní, comprenderás enseguida que significa “roca que canta”. La roca es la que estaba en el medio del río Paraná, entre Brasil y Paraguay, y cantaba por la gran corriente del río antes de hacer una de las obras de ingeniería más colosales del planeta: la presa de Itaipú. Ocho kms de presa para retener las aguas de unos de los ríos más caudalosos del mundo, 120 metros de caida en su lugar más elevado, 6.600 toneladas cada turbina…y ya no me acuerdo de más datos astronómicos. La verdad es que las vistas quedan muy empañadas con una lluvia incesante, y aunque las paradas que hacen en el recorrido siempre hay un refugio (con paraguayos vendiendo de todo) casi que preferimos volvernos a montar en el bus para seguir con lo de Pimpinela: ya hemos completado dos estrofas.

Llegas a Puerto Iguazu y te vas a cenar con la pandi de la excursión para demorar cuanto más tu regreso a la coqueta, pero gélida, cabaña. Aunque tampoco está mal tomarse un mojito en recepción oyendo las espeluznantes historias de los huéspedes: cómo sobrevivir una noche en una cabaña en mitad del bosque con una ola de frío polar y con una humedad del 98%. Educativo sí es.

3 comentarios:

  1. Mola, traéme un bicho de esos pero cortale las uñas y pregunta que come que luego se me muere, como le paso al arce que me trajiste de Canadá.

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  2. Yo me pido otro coatí. Y no digo más que tengo que contradecir eso de que los argentinos hablamos mucho.

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  3. Paraguay va sin diéresis...

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